Tenía yo cuatro años, cuando en un anochecer lluvioso y frío del mes de julio de 1948 (en Buenos Aires, julio es invierno) mi abuelo me llevó a su sinagoga en la calle Acevedo. Entramos y como era un día de semana y no venían muchos feligreses, fuimos a la «sinagoga pequeña». Había poca gente, mi abuelo se descalzó y quedó en medias, como estaban todos ahí. Miré a mi alrededor y vi sillas volcadas, una lámpara eléctrica de poco voltaje estaba prendida y velas en diversas partes. Me asusté, comencé a llorar y me pegué al “zeide”, (abuelo en idish) que no sabía como calmarme.
En ese momento un anciano pidió que me acerquen a él. No se si era rabino pero era la autoridad religiosa de la sinagoga. Me levantó en sus brazos, me sentó sobre sus rodillas y acariciándome me empezó a contar por qué la sinagoga estaba tan sombría.
Hablándome en idish, me explicó que esa noche era Tisha Beav y lloramos por la pérdida del Templo pero no teníamos que llorar, porque hace unos meses volvimos a tener un Estado de los judíos, Medinat Israel y allí somos libres y soberanos. No sé si entendí todo lo que me dijo pero esa experiencia se grabó fijamente en mi memoria: llorar por un Templo, alegrarnos por un Estado.
Esa fue mi primera lección sobre sionismo en mi vida. Aún mis padres, que eran laicos, hasta antirreligiosos y en esos días procomunistas se preocuparon que tuviera yo una educación judía. Con el tiempo conocí y estudié más sobre mi pueblo. Entre mi colegio «Hertzlia» y el movimiento «Hashomer Hatzair» fui creciendo como judío orgulloso y socialista que desea un mundo mejor. Fui conociendo y entendiendo la larga y rica historia de mi pueblo y me enorgullezco de eso. Conocí y estudié mis raíces, mi creencia en Dios se me aclaró y a los 17 años comencé a ser más tradicional sionista. Mis padres respetaron esa decisión y estaba claro que en la primera oportunidad haría aliá.
La aliá es una condición indispensable
Cuando conocí a la que hoy es mi esposa, le plantee que para mí la aliá es una condición indispensable si quiere ser mi pareja, ella aceptó y contra la voluntad de sus padres – que temían «perder» a la hija) nos
casamos e hicimos aliá. Aquí nacieron nuestros hijos y nuestros nietos y a Dios gracias todos están en nuestro Estado. Soy sionista porque soy judío, aquí puedo manifestar libremente mi identidad y religión. Aquí hablo y pienso en el idioma en el cual Dios se manifestó en Sinaí.
En este país el Shabat es el día de descanso oficial (con toda la problemática de eso), todo supermercado vende kasher y no debo buscar donde conseguir comida que respete la ley judía. En nuestras fiestas no necesito pedir permiso para faltar o postergar un examen. Mis hijos y nietos estudian la Biblia desde el primer grado (sea en una escuela religiosa o laica).
Aquí somos libres aún para pelearnos entre nosotros. No todo es ideal, falta mucho camino por recorrer para que seamos una sociedad justa. Pero eso es algo que como judíos libres debemos tratar de hacer y convertir nuestro país en «Or lagoim» (Luz para el mundo).
Hay muchísimo para criticar, pero son críticas entre nosotros. Hay muchas injusticias y problemas pero son nuestros problemas. El Estado no es un fin por sí mismo, es un instrumento para construir una sociedad digna: una sociedad que respete a todo ser humano y a toda idea, una sociedad sin oligarquía económica y explotadora y donde cada ciudadano pueda alimentarse decentemente y tener un techo sobre su cabeza.
Ser una sociedad que se oponga a que otros sufran lo que hemos sufrido nosotros. Ser los verdaderos elegidos por Dios para ser «reino de sacerdotes y pueblo santo».
No es fácil ser tan especiales, más es posible, si lo deseamos y luchamos por eso. Escribo estas líneas en Yom Hashoá, cuando recordamos el peor desastre de nuestro pueblo y de la humanidad, día en que recuerdo a mis familiares masacrados en Ucrania y la familia de mi esposa -que nació unos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración que los aliados convirtieron en campo de refugiados, exterminada en su mayoría.
Seguimos existiendo y comenzamos a prepararnos para festejar nuestra independencia el próximo Yom Haatzmaut. Con orgullo celebraremos con mis hijos y nietos el ser un judío independiente. Ellos son la respuesta viva a Tisha Beav, las inquisiciones, los progroms y la Shoa; y como dijo el profeta Shmuel: «La eternidad de Israel no miente».
Existimos y seguiremos existiendo, levantemos el próximo lunes al anochecer una copa y brindemos por nuestro pueblo, nuestra herencia y nuestro futuro.